Angelitos

A los niños los carga el diablo. Lo mismo se encaraman a un árbol y se tiran de morros para probar la resistencia del empedrado que revientan de un balonazo la porcelana de Limoges de la abuelita. Las criaturas vienen así de fábrica, con las trastadas como equipamiento de serie. Vale. El problema son los extras. O sea, cuando al diablo se le va la mano y carga a la chavalada no con balines o munición de fogueo, sino con ojivas nucleares. Ha pasado en Cea, donde el pan es arte. Allí la Guardia Civil acaba de echar el guante a cinco elementos (dos de 18 años y tres menores) acusados de unas fechorías que parecen extraídas del guión de El Vaquilla o de uno de esos videojuegos en los que cosechas bonus por atropellar ancianitas. Sucedió un fin de semana de agosto. Primero los cinco mozos se plantaron en un bar del pueblo (lo más parecido a una ludoteca), birlaron el coche de un lugareño y enfilaron la carretera hacia el colegio público. Después de reventar lo que encontraban a su paso, prendieron fuego al edificio y se llevaron puestos cinco ordenadores. Y, como ya era algo tarde, a casita, a dormir, que al día siguiente tocaba piscina y paseo por el campo. Los muchachos pasaron por la piscina municipal, sí, pero no para aliviar las hormonas con un poco de natación, sino para arrasar los vestuarios con un toque Terminator muy logrado. Luego, para culminar la hazaña, subieron a un monte, quemaron el coche robado y, ya metidos en faena, provocaron un incendio forestal. Qué menos. Claro que, a lo mejor, resulta que todo esto son chorradas y, en el fondo, lo que pasa es que son unos angelitos y la culpa es de los profes (o de la sociedad), que les tienen manía. Al tiempo.
Luís Pousa
La Voz de Galicia. FARRAPOS DE GAITA