Pobres profes

No me gustaría nada ser profesor y recibir dentro de unos días a la pandilla de adolescentes malcriados que les enviamos desde las casas, para no tenerlos más delante. Chicos y chicas a los que los padres jamás les decimos que no. Hedonistas informáticos que tienen como dioses unos cascos con los que sólo oyen ruido. Cascos que, además, les sirven para no tener que escuchar nada de lo que les dicen en su casa. Adolescentes sin normas, que solo buscan recibir y jamás se plantean dar. Como en todo, hay excepciones, pero la montaña de frases que llevo escuchadas a madres desesperadas no aportan mucho optimismo. Madres que dicen que su hijo no recoge nada, que no limpia nada, que no ayuda nada y que, en ocasiones, mira con unos ojos que recuerdan al chaval de la catana. Madres, por cierto, que lograron que sus hijos fuesen así porque cuando eran más pequeños ellas mismas le decían: «Ay, pobrecito, cómo va a fregar los cacharros. Ay, pero si es un niño. Cómo va a hacer las camas». Hijos que solo son puntuales para recibir la paga. ¿Paga por qué? ¿Por ser hijo? Una paga que, por supuesto, les parece cutre. Chavales, en general, reñidos con el sudor y con el esfuerzo. Chavales con un nivel de tolerancia a la frustración bajo cero, acostumbrados a tener todo y ya. Chavales tan difíciles de motivar como un semáforo. Este ejército de descontrolados llega rabioso a las aulas. Lo dicho, pobres profes.
César Casal
La Voz de Galicia. CORAZONADAS.